Si encendieras la luz de la conciencia para observarte a ti
mismo y todo lo que te rodea a lo largo del día; si te vieras reflejado en la
conciencia del mismo modo que ves tu cara en un espejo, es decir, con
precisión, con claridad, exactamente, sin la menor distorsión ni añadido, y si
observaras ese reflejo sin juicios ni condena, experimentarías toda suerte de
cambios maravillosos. Pero no controlarías esos cambios, ni podrías planearlos
por adelantado ni decidir cómo y cuándo se van a producir. Es solamente esa
percepción consciente sin juicios la que sana, cambia y hace crecer. Pero a su
manera y a su tiempo.
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