Sin embargo, es cierto que en tiempos recientes, el hombre
civilizado adquirió cierta fuerza de voluntad que puede aplicar donde le
plazca. Aprendió a realizar su trabajo eficazmente sin tener que recurrir a
cánticos y tambores que le hipnotizaran dejándole en trance de actuar. Incluso
puede prescindir de la oración diaria para pedir ayuda divina. Puede realizar
lo que se propone y puede llevar, sin dificultad, sus ideas a la acción,
mientras que el hombre primitivo parece estar trabado a cada paso, en su acción,
por miedos, supersticiones y otros obstáculos invisibles. El dicho “querer es
poder” constituye la superstición del hombre moderno.
No obstante, para mantener su creencia, el hombre
contemporáneo paga el precio de una notable falta de introspección. Está ciego
para el hecho que, con todo su racionalismo y eficiencia, está poseído por
“poderes” que están fuera de su dominio. No han desaparecido del todo sus
dioses y demonios; solamente han adoptado nuevos nombres. Ellos le mantienen en
el curso de su vida sin descanso, con vagas aprensiones, complicaciones
psicológicas, insaciable sed de píldoras, comida y, sobre todo, un amplio
despliegue de neurosis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario